Escasez de gasolina y pandemia ponen a Venezuela al borde de la hambruna

FEDEAGRO/25 May

La aguda escasez de gasolina obligó a Roberto Latini, un productor de cereales del estado Portuguesa, a posponer de manera indefinida la siembra de arroz que debía empezar en abril. A finales de mayo aún no había podido trasladarse a las casas comerciales de agroinsumos ni a asociaciones de productores que con pulmón propio lograron conseguir algunos suministros para el campo.

«De todos los problemas, sin duda el más grave en este momento es la escasez de combustible«, afirma Latini, también director de la Confederación de Asociaciones de Productores Agropecuarios de Venezuela (Fedeagro). «Estamos bajo una parálisis total. No he podido hacer ningún tipo de labranza. Estoy tratando de planificar el ciclo, pero se hace complicado porque debo movilizarme y no hay gasolina».

Sin combustible, semillas, fertilizantes, agroquímicos, ni créditos bancarios, y en medio de una crisis de los servicios públicos y de una estricta cuarentena por la pandemia de coronavirus, el diezmado sector agrícola venezolano se enfrenta con retardo al inicio del ciclo de siembra más importante del año.

En este período se aprovechan las lluvias para producir, aproximadamente, 70% de los alimentos perecederos que demanda la población, entre ellos dos de los más esenciales en la mesa del venezolano, que son maíz blanco y arroz, además de maíz amarillo para el alimento de bovinos, aves y cerdos.

Sin embargo, se espera que la poca cosecha de 2020 sea inferior a la de las décadas de los 60 y 70, cuando la población no superaba los 15 millones de habitantes. Rubros extensivos como el maíz, el sorgo y el arroz están desapareciendo. Los productores proyectan que este año se produzca la mitad de lo que se cosechó en 2019, que apenas cubrió el consumo de 1 de cada 10 venezolanos.

«Los alimentos nacionales que hoy los venezolanos medianamente conseguimos en el anaquel se sembraron antes de la cuarentena y antes del desenlace de esta crisis del combustible. Dentro de los próximos meses tendremos una oferta mucho menor de alimentos y realmente será mucho más grave», alerta Latini.

Celso Fantinel, primer vicepresidente de Fedeagro, sostiene que es muy probable que en poco tiempo algunas zonas del país caigan en desabastecimiento de rubros agrícolas nacionales.

Calcula que en este ciclo se pueden cosechar 300.000 toneladas de maíz, lo equivalente al consumo nacional de un mes del año 2010. Sin embargo, con la reducción de la demanda por la caída del poder adquisitivo de buena parte de la población, que además está encerrada en sus casas sin poder generar ingresos, esa producción puede alcanzar para satisfacer máximo cuatro meses de consumo.

En 2007 se cubrió 100% del consumo humano con el maíz blanco y 40% del animal con el amarillo debido a que la producción alcanzó 2,4 millones de toneladas en 650.000 hectáreas sembradas.

«Este ciclo de invierno está prácticamente perdido. Este año los inventarios de agroinsumos están en casi en cero», afirma Fantinel.

La severa escasez de agroinsumos ha sido una pesadilla de la que no despiertan los productores agropecuarios desde que Hugo Chávez expropió en octubre de 2010 la compañía Agroisleña y la convirtió en Agropatria. Ahora los suministros que se consiguen son vendidos a altos precios y en dólares, que no todos pueden pagar.

Costos dolarizados

Latini, por su parte, cree que podrá sembrar entre 40 y 50 hectáreas de arroz de las 100 que tiene su unidad de producción.

El costo de sembrar una hectárea de arroz, que rinde cerca de 3.500 kilos, es de 1.200 dólares, aproximadamente. Es lo que necesita un productor para cubrir los costos de mecanización y servicios, de los insumos (semillas, fertilizantes y herbicidas para controlar la maleza), del control de plagas y enfermedades (insecticidas, fungicidas y acaricidas) y del control de aves y roedores (rodenticidas), además de otros gastos como limpieza, asistencia técnica, cosecha mecanizada, acarreo, transporte, personal, seguridad de maquinaria, sistemas y equipos de riego y mantenimiento de vehículos del personal e insumos.

Para cultivar los 10.000 metros cuadrados que tiene una hectárea, se requieren entre 140 y 160 kilos de semillas. Cada uno cuesta, en promedio, 1,50 dólares. Además, se necesitan mínimo seis sacos de 50 kilos de urea que lo venden entre 20 y 26 dólares; y otros seis, también de 50 kilos, de fertilizante que en el mercado tiene un precio de hasta 40 dólares, un insumo clave para la producción de rubros agrícolas y que este año la estatal Pequiven no producirá ni importará.

Además, los costos de producción y flete aumentaron luego de que la gasolina en Venezuela pasara, desde marzo pasado, de ser la más barata del mundo (con un precio de 0,00006 bolívares el litro), a ser la más cara, donde el litro lo revenden hasta en cuatro dólares en el mercado negro.

A juicio del economista Alejandro Grisanti, consultor en economía para América Latina, la crisis de la gasolina empeoró porque el gobierno no tiene flujo de caja para seguir regalándola, por lo que sostiene que va a tener que decidir entre ejecutar un incremento importante de su precio para que vuelva a aparecer, o seguir condenando a la población a que sufra los efectos de la escasez del combustible.

El experto advierte que a todas las carencias que ya sufre el país -no hay agua, electricidad, gasolina, gas, internet y ahora tampoco televisión- pareciera que se le sumará una severa escasez de alimentos por la casi extinción de la producción nacional. Esto dispararía los precios de los únicos productos que se conseguirían en el mercado, a los que ya no tendrían acceso la mayoría de los venezolanos por sus menguados ingresos.

«Yo pensaría que Venezuela tiene todos los ingredientes para generar una hambruna, entre ellos la escasez de gasolina, la pandemia y la ruptura de canales de suministro internacionales que, si bien es cierto que se podría importar algo, no va a ser tan sencillo porque otros países también lo van a necesitar».

Según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, cerca de 10 millones de venezolanos padecen de inseguridad alimentaria, lo que representa aproximadamente un tercio de la población. Un 7,9% (2,3 millones de venezolanos) está en inseguridad alimentaria severa, mientras que un 24,4% adicional (siete millones) presenta inseguridad alimentaria moderada.

En este sentido, Susana Raffalli, nutricionista especializada en gestión de la seguridad alimentaria, dijo en abril a TalCual que el venezolano no tiene reservas para afrontar un agravamiento producto de la pandemia. «Ante un agravamiento puede venir la tan temida hambruna, que me cuidé siempre de anunciar, y una situación de desnutrición que va a producir una mortalidad infantil a nivel exponencial».

«Más de un tercio de la población no está en capacidad de aguantar cuarentena ni interrupciones en el suministro de alimentos por falta de combustible», agrega Raffalli.

Administrando la miseria

En una Venezuela que sufre hambre, se están perdiendo alimentos como hortalizas, legumbres, plátanos, leche y frutas por la escasez de combustible para transportarlos a los centros de consumo. Algunas unidades de producción han detenido sus labores precisamente por la imposibilidad de los ganaderos de ir a las fincas y de trasladar los animales a los centros de beneficio, y otros agricultores han optado por utilizar a animales como medio de transporte. Denuncian que menos de 20% de ellos recibe algo de gasolina.

Con información de Tal Cual

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